sábado, 28 de marzo de 2020

Alardo Prats y los endemoniados de la Balma

Existen ocasiones en las que una simple conversación en un ambiente relajado enciende una mecha que enciende la llama de una auténtica aventura. A veces, solo hace falta que alguien deje caer, casi sin quererlo, un dato, una historia oída hace tiempo, un rumor, una leyenda para que las mentes de quienes sienten pasión por contar historias monten auténticos dispositivos en su interior para intentar llevarlas a cabo y averiguar cuanto hay de cierto en las palabras que acaban de escuchar.
Eso es lo que le sucede a un periodista llamado Alardo Prats, cuando una noche de otoño oye como un familiar le relata, junto al fuego de una chimenea, una serie de extraños acontecimientos que vienen teniendo lugar en un remoto y escarpado lugar del Maestrazgo castellonense.
Son historias de demonios, de oscuros seres que deambulan por las cercanías de la Sierra haciendo sus maléficas actividades. En un momento de la historia, Alardo, fascinado por la historia y creyendo que, como casi todas, se trata de una mera leyenda, escucha algo que le hace poner su piel de gallina cuando pregunta si, realmente, existen esos demonios.

-              Sí, hay demonios. Y endemoniados. Todos los hemos visto en la Balma, adonde van para librarse los poseídos.


El inicio de una aventura de tres días.


Ya no hace falta nada más para que la mente del periodista quede totalmente obsesionada por aquella historia. A partir de ahí, mientras compagina su labor periodística redactando cuantos artículos puede para el periódico en el que trabaja, su idea se ha macerando lentamente y ha ido investigando acerca de aquellos extraños acontecimientos que se daban en el lugar conocido como la Balma.
Sus investigaciones dan su fruto en forma de una información en la que se confirma que sí, que todos los años, durante los días 6, 7 y 8 de septiembre más de 10.000 personas se reúnen en este escarpado y remoto lugar para ayudar a que, las personas poseídas por demonios, expulsen las diabólicas influencias que les atormentan
Con su cuaderno presto a tomar todas las indicaciones de todos los acontecimientos que estaá a punto de presenciar y que sin duda marcará su vida, Alardo toma el tren hacia Valencia y, una vez allí se dirige sin perder un segundo hacia el enigmático santuario de la Balma.
A medida que el periodista se acerca a su destino final, el camino se va atestando de caravanas de carros tirados por caballos procedentes de diversos pueblos de Cataluña. Algunos, situados a más de 200 kilómetros de distancia, lo que supone varias jornadas de duro y penoso viaje.

-              ¿Llevan ustedes algún endemoniado?- pregunta Alardo Prats.

-              Ca, vamos solo a verlos.

La primera endemoniada.

Durante esta parte del camino, el periodista va entablando conversación con todos cuantos puede entrevistar, para tratar de conocer algo más de lo que le espera. Es en una de estas aproximaciones a uno de los carromatos cuando le dicen que, un poco más adelantados, va caminando una endemoniada que se dirige al santuario.
Excitado ante la revelación, Alardo Prats no tarda en dar alcance al carromato. Éste, procede de Iberzos, un pueblo de Castellón situado a más de 120 kilómetros. Abriendo paso a la comitiva, una mujer, descalza y con los pies ya terroríficamente llagados, camina lanzando blasfemias y oraciones al mismo tiempo dando un espectáculo realmente aterrador y dantesco sin que nadie de los que la acompañan, subidos al carromato, hagan el menor esfuerzo por librarle, aunque sea por unos instantes, del terrible sufrimiento.

-              Viene andando desde Iberzos. Dice que está endemoniada. ¡Ya se verá! Si no se cura en la Balma, es que está loca.

Observando las evoluciones de la desdichada, entre barrancos que van oscureciéndose cuando el sol se esconde, llegan a Zorita del Maestrazgo, el pueblo donde se hospedarán y que se halla a poca distancia de la ingente mole de piedra caliza de unos 2000 metros de altura, donde las rocas forman cuevas y agujeros en la misma montaña.
Es en uno de estos agujeros donde se encuentra la cueva milagrosa donde se libra de los demonios a las personas poseídas.
Antes de retirarse a descansar, Alardo Prats ve una imagen que le hace dudar si realmente los demonios andan sueltos por las montañas. En medio de la oscuridad, miles de pequeñas hogueras van salpicando la negrura de la montaña, son los visitantes, familiares de estos poseídos y ellos mismos, quienes se preparan para pasar una noche al raso, a la espera de los milagros que se sucederán al día siguiente.


La cueva milagrosa.

Excavada en la dura roca del macizo donde se encuentra, la cueva donde se realizan los exorcismos presenta un aspecto mórbido y tenebroso, sin casi ventilación y con escasa luz.
Alardo observa, ya en el día siguiente a aquel en el que ha llegado a la Balma, como a una desdichada mujer, la cual se asegura que está endemoniada como tantas otras personas es auxiliada por una vieja para que desmonte de la cabalgadura donde se encuentra.
Ante las aseveraciones de sus acompañantes, que cuentan a Alardo Prats que muchos médicos han visitado a la desdichada sin saber la causa de su mal, la vieja, con cierto aire irritado les espeta:

-              ¿Qué saben los médicos de estos males? Nada. Solo un milagro puede curarlos.

En ese instante el periodista asiste, en el zaguán de entrada a la ermita, al primero de los exorcismos que verá durante estos días. La endemoniada, procedente de una masía del término de Codoñera, en Teruel, pide agua. Al momento, otra de las viejas aparece con vaso de agua turbia que acerca a los labios de la desdichada.

-              Tome, es agua bendita.

La mujer entonces vocifera, blasfema y se niega a beber el agua que le han traído. Aseguran que son los demonios quienes no le dejan beber y es entonces cuando la pobre comienza a retorcerse en el suelo con movimientos terroríficos ante la mirada atónita de Alardo.
De repente, alguien grita que han de llevarla ante la Virgen. La posesa se resiste, se revuelve y hacen falta cuatro fornidos hombres para que la levanten en vilo y la lleven al interior de la cueva entre las blasfemias y las injurias que escupe la endemoniada. Delante, dos viejas caminan portando velas.
“Un negro túnel con salientes de rocas, abierto a pico en la caliza dura. Es una decoración de pesadilla esta entrada, y este pasadizo de catacumba, negro de tinieblas.”Así describe el periodista aquel escenario que bien podría haber inspirado un relato de Poe.
Durante noventa metros casi a oscuras, por ese pasadizo del terror la comitiva va internándose en las entrañas de la montaña.
La poseída sigue resistiéndose, en el vano de la puerta ha logrado soltarse de las fuertes manos que la apresan y ha conseguido asirse para no continuar la marcha mientras que sus captores, maldiciendo y utilizando todas sus fuerzas, pelean con ella para volver a dominarla. Alardo Prats no puede dar crédito a lo que ven sus ojos: una mujer con una fuerza sobrehumana que puede con cuatro hombres fornidos.
En ese instante, otra de las viejas que se hallaba en el interior de la cueva, sale y se acerca a la pobre mujer arrojándose en la cara un vaso de esa agua que minutos antes no ha querido tomar. Como si fuera ácido lo que le acaban de arrojar, la mujer se lanza las manos a la cara, momento que aprovechan los cuatro hombres para empujarla hacia el interior de la cueva donde tendrá lugar el acto de expulsión de sus demonios. Donde la espera la imagen prodigiosa que ha de obrar el supuesto milagro.
Colocada cerca de la imagen de la Virgen, la infeliz se sigue revolcando en el suelo, gritando y arañándose la cara o rasgando sus vestidos. En un momento dado, se dejan ver sus pechos desnudos por la acción de su delirio mientras repta como si fuese una culebra o, como dice una de las viejas, la cola de una lagartija recién cortada.
Las viejas se afanan en realizar sus extraños ritos. Alardo Prats asiste como le atan a la endemoniada unos lazos azules en los pulgares.

-              ¡Ahora saldrán! ¡Ahora saldrán los demonios!- gritan las viejas.

Según relatan, esos lazos son el mejor exorcismo para que los diablos que poseen a la mujer abandonen su cuerpo y la dejan en paz.
Cuando por fin, y con gran esfuerzo, le colocan los pequeños trozos de tela azul, comienza una serie de oraciones a viva voz por parte de estas misteriosas y oscuras ancianas:

-              ¡Que le salgan por las manos!

-              ¡Por los pies!

-              ¡Por los ojos no, que se quedará ciega!

La desdichada, se desuella las manos y las hace sangrar intentando quitarse los lazos. Una muchedumbre, que ha acudido a ver el milagro en primera persona, se suma a los ruegos de las viejas impertérritas ante la imagen de sufrimiento que les muestra la endemoniada.
Durante dos horas, la mujer sufre convulsiones sin que el remedio al que ha sido sometida surta ningún tipo de efecto. Alardo Prats, sufre casi tanto como la mujer, impotente al no poder hacer nada por ella.

-              Hay que darle agua bendita y tierra sagrada.

Dicho y hecho, de la pila del agua bendita se llena un humilde vaso al que se le agrega un puñado del mismo suelo donde se encuentran todos. La mujer bebe, tose y grita al sentir el agua en sus labios mientras el coro sigue entonando cánticos.
Al final, se desprende de uno de los lacitos azules, ya rojos de su propia sangre y las viejas entonan vítores de victoria pues consideran que uno de los demonios ya ha salido

-              Está mejor- dice una de las viejas-. Mañana será un día de gloria para ella.

-              ¿Ves a la virgen?- pregunta otra.

-              Sí.

El exorcismo parece que ha acabado. A la salida de la cueva esperan los familiares de la pobre desdichada

Las caspolinas.

Lo que ha presenciado nuestro protagonista, no es más que uno de los muchos ritos de exorcismo que se realizan a manos de estas siniestras ancianas en el interior de la cueva Santa. ¿Pero quienes son estas supuestas sanadoras?
Responden al nombre de “caspolinas”, puesto que la mayoría, por no decir todas, provienen de una localidad aragonesa llamada Caspe. En palabras del propio Alardo Prats:
“Aliadas del demonio, infunden a sus víctimas el terror y la sugestión de la posesión diabólica. Ellas mantienen una vasta organización, que se pierde entre los pueblos de las comarcas, en el misterio del secreto Realizan prácticas de brujería y cobran su trabajo.”
Y es que, en la entrada a la cueva de la Balma, por privilegios dados por los reyes de Aragón siglos atrás, se permite la recogida de limosnas que son recaudadas por las caspolinas llegando a obtener grandes beneficios económicos.
Todo parece indicar que, en efecto, todo el entramado de supuestas sanaciones, exorcismos y milagros que se producen en el interior de la imponente montaña, no son más que mero espectáculo y negocio montado por una auténtica mafia creada por estas siniestras mujeres que representan a la perfección su papel hasta el punto que las gentes acuden en tropel para ver en primera persona el prodigio.
Don Joaquin Ossed, un prohombre valenciano le confiesa a Alardo que no hay ningún prodigio ni del diablo ni de la Virgen y que “es la influencia de ocho siglos de superstición, mantenida y acrecentada por las caspolinas”.
Y es que, en efecto, el monasterio de la Balma lleva siendo venerado desde el año 1308 cuando supuestamente la Virgen se le apareció a un pastor y que, en el siglo XIII ya se recogió en la obra Cuarto de demoniacis et libertais ab aegritunidibus variis, del franciscano Gil de Zamora, aquello que ahora mismo está siendo visto por los ojos del periodista Alardo Prats.
Y aunque varios obispos de la sede de Tortosa intentaron acabar con ellos casi al mismo tiempo en el que comenzaron, la superstición fue mucho más fuerte y fue perdurando en el tiempo. Incluso, hubo un obispo que, ante su obstinación por acabar con aquella locura, recibió en su propio palacio a un alcalde de un pueblo de Teruel, acompañado de una comitiva, que le instó a dejar en paz a las caspolinas mediante el empleo de amenazas violentas.

El pueblo aprovechado.

Los reporteros que han acudido al lugar de los milagros, han montado su cuartel general y lugar de aposento en el pueblo de Zorita del Maestragzo, a escasa distancia del monasterio de la Balma.
Durante los paseos que, ya de noche da Alardo Prats, se interesa por saber que opinan los lugareños de los ritos y milagros que cada año por estas fechas se producen en la Balma.
En sus charlas con autoridades del lugar, como el cabo de la Guardia Civil, el Secretario del Ayuntamiento o el médico del pueblo, Alardo va dándose cuenta de la realidad del lugar.

-              Todos los pueblos de la cuenca del Bergantes (donde se encuentra Zorita) no creen en los demonios ni en la milagrería de la Balma. Casi todos los endemoniados que llegan a la cueva son gentes de pueblos lejanos, del Bajo Aragón, de Zaragoza, Huesca, de las provincias catalanas de las llanuras de Castellón y Valencia.

Según le comentan, los endemoniados no son más que enfermos mentales o con algún tipo de problema psíquico que acuden, en la mayoría de los casos obsesionados con el milagro y casi arrastrados a la fuerza por los familiares y vecinos de pequeños pueblos y que actúan sugestionados entre una mezcla de adoración, fervor religioso y terror.
Estas autoridades también aseguran que el pueblo no se beneficia en nada por este fenómeno que ocurre cada año.
Sin embargo, Alardo Prats contempla como los habitantes de Zurita se preparan para su propio provecho en estos días de locura. Así, algunos sacrifican parte de su ganado para ofrecer la carne a los acampados, otros se afanan de noche en hornear panes con el mismo fin y, en los tortuosos caminos que llevan al santuario, se establecen puestos de bebida y comida, ventas de velas y ex votos, así como, incluso, varios ciegos se han llegado hasta el lugar para entonar, a cambio de algunas monedas, sus famosos cantares que narran los exorcismos vividos.

Siguen los exorcismos.

Durante tres días agotadores y muy intensos, el periodista asiste atónito a las escenas que se van sucediendo en el interior de aquella cueva sagrada y a la vez macabra. A cada instante, nuevos enfermos acuden a la entrada oscura.
Desde el amanecer hasta que el sol se oculta de nuevo, la campana que se encuentra en la ermita comienza su desesperada canción, inundando todo el valle con tristes lamentos de bronce.

-              Tocan los niños- le dicen.- Es que los niños tocan la “campana de los endemoniados”… Así se llama.

Y en efecto, el periodista puede comprobar como las mujeres levantan a sus hijos, supuestamente endemoniados para que tiren de la cuerda que sostiene la campana. Otros niños sanos de malignas presencias, también son izados para tocarla, para prevenir alguna posible posesión. Al parecer la campana tiene un poder sobre las fuerzas del averno y los endemoniados se resisten a tocarla.
Alardo Prats revive de nuevo las escenas de las luchas atroces vistas anteriormente con la endemoniada de Codoñera. Luchas por acaparar la cuerda nudosa y mugrienta de la campana, aplastando otras en su afán por librarse de sus males.
Atónito mientras observa, Alardo vuelve a ver a la desdichada que, la tarde anterior vio sometida a los ritos de los lazos: la endemoniada de Codoñera, Josefa Monterde, ha sido lanzada como si fuera un pelele hacia un semicírculo dentro de la cueva. De nuevo, las manos huesudas de las caspolinas rodean el cuerpo retorcido de la endemoniada que vocifera obscenidades e insulta a la propia Virgen. Sin embargo, de pronto la desdichada cae como en un sueño plácido y está en calma. Se ha curado.
Ahora, Josefa Monterde abandona el altar donde ha ocurrido el milagro acompañada de las viejas quienes vitorean, bendicen, lloran y besan a los familiares de la infeliz.

Niños embrujados.

Después de ver pasar a varios endemoniados, Alardo Prats comprueba con terror como ahora le va a tocar el turno a tres niños pequeños. Tres criaturas traídas por las caspolinas y depositados cerca de los cirios que ennegrecen el techo de la gruta.

-              ¿Cómo es posible que estos tres infantes sufran a su tierna edad los tormentos horribles de la posesión diabólica?- pregunta.

-              Voluntad de Dios. Hay niño que en el claustro materno ya es presa de la maléfica influencia de los diablos. No se puede medir hasta dónde llega el poder del maleficio.

A estos pobres pequeños, también les colocan los lazos azules en los dedos pulgares mientras la indignación se apodera del periodista y un enorme griterío se forma en el interior de la cueva y los niños llaman desconsolados a sus madres.
Pero éstas no acuden sino que, optan por asistir arrodilladas e inmutables a la barbarie que están cometiendo con sus hijos, impertérritas ante los gritos desesperados de sus hijos.
Por fin, el horror termina. El traumático ritual ha cesado y ahora cada madre corre al lado de su pequeño para ponerles un vestidito nuevo.

-              Angelets, más les valiera no haber nacido- susurra una caspolina a escasos centímetros de Alardo.

Alardo, a pesar de estar horrorizado, sigue al pie del cañón y continúa presenciando la procesión de endemoniados que van llegando. La escena de los tres chiquillos le ha dejado tocado pero aún toca ver a una niña más.

Rosario Usó Petit, la endemoniada de doce años.

-              Está endemoniada desde los tres años- dice su madre mientras la pobre niña sigue sin protestar a las caspolinas-. Haz lo que te digan estas buenas mujeres.

Por lo que la madre de la niña cuenta a Alardo, desde los tres años comenzaron a ver en ella comportamientos que para nada se correspondían con su edad. Acuchillaba a los gatos y perros y mataba gallinas y en cuanto se ponía a su alcance un niño menor o más débil de ella, intentaba ahogarlo al tiempo que decía cosas que, según su madre, ella no había oído ni en quince años de casada.

 También asegura que la niña confesaba oír una voz que la llamaba y que, en mitad de la noche, se levantaba a escuchar la “música de Herodes”, una música que tan solo la pequeña podía escuchar.

-              ¿Qué música es esa?- pregunta Alardo.

-              Pues una música- le responden-que anda por los aires siempre, siempre, eternamente. Los que la oyen o quedan embrujados o mueren a los tres días en pecado mortal. La hacen oír por medio de un maleficio. Y esa voz que oye mi hija de noche, ¿qué puede ser sino obra de maleficio?

La familia de la pequeña está desesperada, incluso fue llevada a un convento para ver si la vida de las religiosas cambiaba el carácter de su hija. Pero las monjas la devolvieron a su casa agotadas y derrotadas por la pequeña.
 Después de una hora de ritos, con los lacitos azules, la niña sale de la cueva un poco más sonriente que cuando entró. Parece redimida, salvada de los diablos que la han poseído. Sin embargo, cuando ve al periodista, la mirada de la pequeña se enturbia y le dice.



-              Para que me toquen esas viejas no quiero estar más ahí dentro. Vámonos de aquí.
Tres días siendo testigo del horror.

Aún ve Alardo Prats muchos más endemoniados desfilar por la terrible y oscura cueva, y pasar por manos de las ancianas caspolinas durante los tres días que permanece en la Balma, como testigo asombrado de lo que allí ocurre y tomando notas para, posteriormente, plasmarlas negro sobre blanco para el rotativo para el que trabaja.
Durante esos tres días, la cueva a estado a merced de los exorcistas. La única representación de la Iglesia que se encuentra en aquel lugar corresponde al sacristán de la ermita.
Éste, es el que se encarga de recoger los regalos y ofrendas que hasta allí portan los familiares de los endemoniados y devotos de la Virgen. Hay de todo, desde cera a aceites. Pero sobretodo, lo que el viejo sacristán recoge los las monedas que, de forma incesante van cayendo en el interior, desde monedas de unos pocos céntimos de valor a billetes de 25 pesetas de la época, incluso hay quien ha lanzado una onza de oro como recompensa por los milagros que allí se realizan.
El viejo confiesa al periodista que, en años especialmente buenos, se ha llegado a recoger hasta ocho mil pesetas de la época en apenas tres días. También le relata que una junta lo administra y que parte va para el Ayuntamiento, parte para el Obispo y parte para la Rectoría.

-              ¿Y a la Virgen, que le queda?- pregunta Alardo.

-              A la Virgen no le falta nada. Tiene ropa, mantos, alhajas…

En efecto, Alardo Prats, corrobora las palabras del viejo sacristán cuando, el último día, la llamada junta administradora hace acto de presencia y reclama la recaudación obtenida

Fiestas paganas.

Tras tres días presenciando el rosario de enfermos que han acudido a la Balma, Alardo Prats presencia por último los campamentos de las gentes que han acudido en romería hacia este lugar santo. Ve entonces las hogueras, los cánticos, los bailes desenfrenados de estas personas e incluso se diría que entre ellas surge la pasión y el frenesí:
“Con las coplas vuelan relinchos de caballerías y alaridos humanos. No hay lugar donde no tiemble un grito, una copla o una música. El mayor milagro de la Balma es que no caiga del cielo una lluvia de fuego. Y estas gentes son la moralidad personificada…”
Comienzan entonces las músicas, por todas partes de escuchan rasgueos de guitarras, palmas y canciones. Las personas que allí se encuentran se abandonan a lascivos bailes agarrados, dando rienda suelta a sus instintos más bajos. En otros lugares, grandes corros de mujeres y hombres bailan salvajemente alrededor de hogueras enormes. Y cuando la calma va apareciendo al tiempo que los fuegos se consumen, el sonido que se escucha es el de suspiros, confidencias al oído y como dice Alardo: “rumores de vida entre los tojos y en las cuevas, en bosques y en caminos”.


Aún queda tiempo para una escena más. A la mañana siguiente, al son de la campana de los endemoniados, una procesión proveniente de Zorita hace su aparición. En la cueva ya no se permite la entrada a nadie y ahora todos los presentes esperan a la procesión en la que un gran demonio rodeado de danzarines monstruos representan el triunfo de Dios sobre los seres del Averno.

 De vuelta a Madrid.

Alardo ya ha visto en primera persona aquello que una noche fría alguien le contó al calor de la lumbre. Ya ha podido constatar que en determinados lugares, la superstición o creencia ciega de las personas han desatado escenas que ni el mismo Goya pudo siquiera imaginar.
 De esas experiencias, aparte de los artículos que con la periodicidad pactada, aparecían en el diario La Libertad, nació un libro. Una obra titulada “Tres días con los endemoniados”, una obra donde narra con todo lujo de detalles aquel horror que vieron sus ojos de periodista.


 Pero, ¿qué pasó con la Balma?
La historia de Alardo Prats ocurrió en septiembre de 1929, casi ha transcurrido un siglo desde aquellos sucesos y la verdad es que, de no ser por él, muchas personas ni siquiera hubiésemos oído hablar de la Balma y de los supuestos exorcismos que allí se realizaban.
Pero, ¿aún se sigue utilizando la ermita para practicar estas artes? ¿Continuaron haciéndose durante mucho más tiempo?
La respuesta es no.
Aunque no acabaron en aquel año, lo cierto es que aquellas prácticas no duraron mucho más así como las enigmáticas caspolinas.
En un artículo de Francisco Contreras Gil, quien se dedicó a rastrear la noticia como suele hacer este reportero, dio con el final de los exorcismos y los sitúa en el año 1935, cuando la Guardia Civil, por orden del comandante José Pitarch y ante el cariz que estaban tomando los rituales, que incluso llegaban a poner en peligro la vida de los supuestos endemoniados, acabó por la fuerza con aquellas escenas.

FRANCISCO MIRALLES: El bailarín de los zares.

Muchos han sido los valencianos y valencianas que han dejado su huella y son hoy recordados con los más altos honores. Otros, sin embargo, y...