Que uno de los mayores atractivos que ofrece la ciudad de
Valencia son us playas es algo que está fuera de toda duda, pero no siempre fue
así.
En el siglo XIX, los poblados marítimos se encontraban
bastante distanciados de la ciudad y sus gentes debían acudir a mojar sus pies
a través de distintos medios de transporte. Primero, se hacían estos viajes en
las famosas tartanas, que era el medio más popular entra la clase media debido
a su bajo coste, aunque mucho más incómodo. Los más pudientes, hacían el
trayecto en el tren que iba de Valencia al Grao y que había sido inaugurado en
el año 1852.
Más tarde, en 1876, se inauguraba la primera línea de
tranvía que cubría el trayecto hasta El Grao, movido por tracción animal y en
1892 se crearía la línea de tranvía a vapor, conocida popularmente como “Ravachol”
a quien se le uniría la compañía de Ómnibus llamaba “El Barco”, que cubría el
trayecto desde la Glorieta hasta El Grao.
Unas playas de lo más animada.
Desde luego, las playas de Valencia en aquellos tiempos
debían de ser un lugar digno de ver. Señoras con largos trajes y camisola, ya que el decoro les impedía ir más ligeras y
el bikini ni siquiera había tomado forma en la mente de sus creadores, señores
con amplios bigotes y los característicos bañadores largos a rayas, dándoselas
de valientes y grupos de chiquillos alborotadores intentando meterse en un agua
a menudo llena de algas y restos de frutas y ramas.
Ante este panorama no fueron pocos los valencianos de clase
alta que se negaron a intimar con sus vecinos más humildes y, debido a esta
circunstancia, aparecieron unos ingenios realmente sorprendentes.
Los balnearios flotantes.
Fueron dos hermanos, Ramón y Ricardo Alós, famosos
constructores e inventores quienes idearon la construcción de un balneario
flotante y así, en 1863 se inauguraba “La Florida”, una gran pabellón flotante
instalado en la dársena del puerto junto a la escalera Real.
Según Vicente Vidal Corella, este balneario “tenía una gran piscina, balsa la llamaban
entonces, y cuartos particulares, todo ello muy bien construido. Pronto
adquirió forma este balneario flotante, que se vio favorecido por el público
desde el primer día”.
Pronto, como no cabría esperar de otro modo, ante el éxito
de este balneario, surgirían otros establecimientos dispuestos a hacerle la
competencia a “La Florida”.
“La Rosa del Turia”, un balneario marcado por la
tragedia.
Cinco años después de la inauguración de “La Florida”, otro
balneario flotante aparecía en el puerto, y también cerca de la escalera Real,
otro balneario bautizado como “La Rosa del Turia”.
Este nuevo establecimiento ofrecía a sus clientes un tamaño
y contaba con dos piscinas además de ofertar precios mucho más económicos lo
que provocó una gran afluencia de público.
Con estas características, todo fue bien hasta un fatídico
29 de julio de 1871. Ese día, sobre las cinco de la tarde y con el balneario
repleto de bañistas, algo a bordo de “La Rosa del Turia” comenzó a ir mal.
Vidal Corella escribió que “… comenzó a
balancearse toda la casa flotante, y súbitamente se hundía la parte central de
la misma en el fondo del mar, entre la más espantosa confusión y griterío de la
gente…”.
Aquel caos provocó que la gente se dirigiera al puentecillo
que comunicaba con el muelle y el cual, debido al sobrepreso, también se vino
abajo provocando la catástrofe y aunque muchas de las personas fueron salvadas
por los marinos que faenaban cerca, hubo bastantes víctimas mortales.
Un último intento por mantener los balnearios flotantes.
Tiempo después de este triste suceso, en el lugar que ocupó
el malogrado balneario surgió otra instalación similar llamada “La Estrella” al
que, poco después se le sumaba otro establecimiento conocido como “La Perla”,
ambos situados en el puerto.
Sin embargo, ya pesar de las comodidades y atracciones que
se ofertaban en ellos, el traumático suceso ocurrido en “La Rosa del Turia”
hizo que los asiduos en las playas volvieran a las antiguas barracas para
cambiarse, a alternar con los vendedores ambulantes y merenderos típicos y, en
definitiva, socializar con todos.
Tiempo después surgirían “Las Arenas” y otros
establecimientos que darían finalmente a las playas de Valencia un aspecto más
acorde al actual y contribuyeron a convertirlas en todo un símbolo de la
ciudad.
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