lunes, 22 de junio de 2020

Los balnearios flotantes del Puerto de Valencia.


Que uno de los mayores atractivos que ofrece la ciudad de Valencia son us playas es algo que está fuera de toda duda, pero no siempre fue así.

En el siglo XIX, los poblados marítimos se encontraban bastante distanciados de la ciudad y sus gentes debían acudir a mojar sus pies a través de distintos medios de transporte. Primero, se hacían estos viajes en las famosas tartanas, que era el medio más popular entra la clase media debido a su bajo coste, aunque mucho más incómodo. Los más pudientes, hacían el trayecto en el tren que iba de Valencia al Grao y que había sido inaugurado en el año 1852.

Más tarde, en 1876, se inauguraba la primera línea de tranvía que cubría el trayecto hasta El Grao, movido por tracción animal y en 1892 se crearía la línea de tranvía a vapor, conocida popularmente como “Ravachol” a quien se le uniría la compañía de Ómnibus llamaba “El Barco”, que cubría el trayecto desde la Glorieta hasta El Grao.

Unas playas de lo más animada.

Desde luego, las playas de Valencia en aquellos tiempos debían de ser un lugar digno de ver. Señoras con largos trajes y camisola,  ya que el decoro les impedía ir más ligeras y el bikini ni siquiera había tomado forma en la mente de sus creadores, señores con amplios bigotes y los característicos bañadores largos a rayas, dándoselas de valientes y grupos de chiquillos alborotadores intentando meterse en un agua a menudo llena de algas y restos de frutas y ramas.

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Ante este panorama no fueron pocos los valencianos de clase alta que se negaron a intimar con sus vecinos más humildes y, debido a esta circunstancia, aparecieron unos ingenios realmente sorprendentes.

Los balnearios flotantes.

Fueron dos hermanos, Ramón y Ricardo Alós, famosos constructores e inventores quienes idearon la construcción de un balneario flotante y así, en 1863 se inauguraba “La Florida”, una gran pabellón flotante instalado en la dársena del puerto junto a la escalera Real.

Según Vicente Vidal Corella, este balneario “tenía una gran piscina, balsa la llamaban entonces, y cuartos particulares, todo ello muy bien construido. Pronto adquirió forma este balneario flotante, que se vio favorecido por el público desde el primer día”.

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Pronto, como no cabría esperar de otro modo, ante el éxito de este balneario, surgirían otros establecimientos dispuestos a hacerle la competencia a “La Florida”.

“La Rosa del Turia”, un balneario marcado por la tragedia.

Cinco años después de la inauguración de “La Florida”, otro balneario flotante aparecía en el puerto, y también cerca de la escalera Real, otro balneario bautizado como “La Rosa del Turia”.
Este nuevo establecimiento ofrecía a sus clientes un tamaño y contaba con dos piscinas además de ofertar precios mucho más económicos lo que provocó una gran afluencia de público.

Con estas características, todo fue bien hasta un fatídico 29 de julio de 1871. Ese día, sobre las cinco de la tarde y con el balneario repleto de bañistas, algo a bordo de “La Rosa del Turia” comenzó a ir mal. Vidal Corella escribió que “… comenzó a balancearse toda la casa flotante, y súbitamente se hundía la parte central de la misma en el fondo del mar, entre la más espantosa confusión y griterío de la gente…”.

Aquel caos provocó que la gente se dirigiera al puentecillo que comunicaba con el muelle y el cual, debido al sobrepreso, también se vino abajo provocando la catástrofe y aunque muchas de las personas fueron salvadas por los marinos que faenaban cerca, hubo bastantes víctimas mortales.

Un último intento por mantener los balnearios flotantes.

Tiempo después de este triste suceso, en el lugar que ocupó el malogrado balneario surgió otra instalación similar llamada “La Estrella” al que, poco después se le sumaba otro establecimiento conocido como “La Perla”, ambos situados en el puerto.

Sin embargo, ya pesar de las comodidades y atracciones que se ofertaban en ellos, el traumático suceso ocurrido en “La Rosa del Turia” hizo que los asiduos en las playas volvieran a las antiguas barracas para cambiarse, a alternar con los vendedores ambulantes y merenderos típicos y, en definitiva, socializar con todos.

Tiempo después surgirían “Las Arenas” y otros establecimientos que darían finalmente a las playas de Valencia un aspecto más acorde al actual y contribuyeron a convertirlas en todo un símbolo de la ciudad.



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